"Escribir no es sólo cosa de letras, como sonreír no es sólo cosa de dientes."

martes, 13 de mayo de 2014

Circo de sentimientos (crónica del bus)

Después de media hora de espera por fin llega el bus, no es sino que un Rosellón se acerque para que las personas pongan los ojos entrecortados para enfocar si es el bus número uno o el número dos.
A la distancia cuando no se puede distinguir sino su color rojo y su nombre, las personas se abalanzan hacia él  como un tigre por un trozo de carne, pues este bus tiene como objetivo acercar fronteras, regresar a casa o simplemente salir corriendo de ella.
Como todos, yo soy una de esas que se tira cuando ve que su bus está por llegar, pues otra media hora de espera no sería tan grata. Al montarme de última y al estar peleando hombro a hombro con personas que no conozco y que lo más probable es que nunca volveré a ver, veo que la mayoría de los pasajeros son mujeres, unas muy pensativas por las ventanas, otras maquillándose tratando de ocultar esas ojeras que el trabajo arduo deja, otras por consiguiente hablando por el celular tratando de tener a alguien conocido cerca. 
Ahí iba yo, en un medio de transporte, amado por unos pero odiado por la gran mayoría, me preguntaba... ¿Qué hago yo acá?, la respuesta es sencilla "porque toca".
Así pues, mientras unos pocos estaban sentados mirando sigilosamente su alrededor, otros como yo íbamos colgados de esas barandas, que en muchos países serían sólo de ayuda para los pasajeros cuando estos se montan o se bajan, pero que aquí en Colombia son vistas y asimiladas como puestos.
La única manera de que el bus para, es cuando ante él se impone una luz roja, el semáforo; el chillido de los frenos siempre está presente y junto a éste, el movimiento de los pasajeros que se tambalean de lado a lado para no caer.
No es sino que el bus se detenga, para escuchar lo que hay dentro de éste, pues mientras anda, el sonido de los cambios y de su motor prendido no dejan escuchar lo que hay dentro, pero al parar, se escucha la dulce voz del conductor gritándonos “córranse más para atrás", no se sí ellos piensan que el bus es infinito, o si no tienen noción de espacio, lo que sí sé, es que no desperdician a esa persona que ven esperándolos, pues no creo que vean su cara de cansancio, más bien pienso que ven esos 1700 pesos como la entrada a este circo de sentimientos en donde el orgullo cuelga de una baranda, y donde el domador es el conductor que al fin y al cabo es el que manda.
Mientras este nuevo pasajero sube, escucho la música de fondo, sonaba la maldita primavera, una señora de la edad de mi madre, dejó su mirada insaciable por la ventana para sonreír y entonar esta canción, pues como dice mi mamá "me recuerda cuando tenía 20 años", mientras la señora cantaba, la joven de su lado llevaba unos audífonos en donde me imagino escuchaba algo como electrónica, lo noté debido al movimiento de su cabeza, pero no creo que los audífonos en los buses sean sólo para escuchar música, son más bien para aislarse de esa realidad frustrante de compartir un mismo lugar con gente desconocida. 
Así es como después de varios minutos montada en el bus, llega la anhelada hora de bajarme y esta vez los papeles del circo se invierten, pues ya no soy un tigre que me tiro por un pedazo de carne, sino que soy una maga  que con solo bajar tres escaleras, desaparezco del circo de sentimientos. 

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